
Caminar diariamente a paso rápido es uno de los ejercicios más recomendados para preservar la salud de la próstata. Esta actividad aeróbica moderada mejora la circulación sanguínea en la pelvis, reduce el estrés oxidativo y ayuda a controlar el peso, lo cual es crucial para evitar la inflamación prostática y el desarrollo de hiperplasia benigna.
Los ejercicios de Kegel fortalecen el suelo pélvico masculino, lo cual favorece un mejor control de la vejiga y puede prevenir o aliviar la incontinencia urinaria, especialmente tras intervenciones quirúrgicas como la prostatectomía. Realizados con constancia, también mejoran la calidad de las erecciones al optimizar la musculatura implicada en la función sexual.
El entrenamiento con pesas de intensidad moderada tiene un impacto positivo sobre el equilibrio hormonal masculino. Al reducir la grasa corporal —especialmente la abdominal— se disminuye la conversión de testosterona en estrógenos, lo que protege el tejido prostático de alteraciones hormonales perjudiciales. Además, fortalece el sistema musculoesquelético sin causar presión directa sobre la zona pélvica.
El yoga, aunque menos popular entre los hombres, ofrece beneficios específicos para la próstata. Posturas como la cobra, el ángulo sentado o la torsión espinal favorecen el drenaje linfático y mejoran la movilidad de la pelvis. Esta disciplina también disminuye el estrés crónico, que puede agravar síntomas como la urgencia o el dolor prostático.
Las sentadillas sin peso y los ejercicios de estiramiento de la cadera ayudan a mantener el tono muscular de la región perineal sin generar compresión. Estos movimientos favorecen una postura saludable y reducen la presión sobre la próstata al estar sentado, especialmente en hombres con profesiones sedentarias. Incorporarlos tres veces por semana mejora el confort y la salud urinaria.